Ekaterinburg, tragedia y amor

En alguna parte del mundo de textos, libros y mails que leí antes de viajar, alguien comentó que Ekaterinburg no le había gustado. En mi caso era cita obligada porque se trata de la ciudad donde asesinaron a la familia Romanov en 1918, y no es que iba en búsqueda de Anastasia, pero es una historia que me llamó la atención desde chica. Trágica como es, más trágica aún cuando estás ahí, dejás el libro de historia y entrás en la Iglesia que levantaron en honor a toda la familia. Adentro, dicen las malas lenguas que están los íconos más caros de toda Rusia, y también las imágenes de los Romanov que fueron canonizados y elevados a la condición de santos para la Iglesia Ortodoxa.

Lo mejor que podés comprar acá es el ícono de la familia Romanov, me dijo Sergey, un cincuentón simpático que parecía secretario o administrador del predio, porque se movía entre guardias y mujeres con pañuelo en la cabeza como pez en el agua. Yo estaba buscando algún ícono lindo para comprar y claro el ícono era muy lindo pero tampoco para tanto. Así que me compré uno de la Godmather, de Kazan, me aclaró Sergey, porque cada ícono tiene su historia y su ciudad de origen.

Por suerte para mí, le caí en gracia a este señor, y decidió hacerme de guía durante mi visita. Lógicamente, yo estaba de lo más entusiasmada. Admiramos el arte volcado en los íconos, en los frescos de las paredes y en la Iglesia (impresionante todo), y vivimos parte de una historia que tanto me había impresionado siempre. Pero el turista parecía Sergey, que se asombraba cada vez, de nuevo y de nuevo, y me relataba como lo hace un chiquito, cuando le cuenta a sus padres algo nuevo que descubrió. Después de enseñarme el ícono con el diente de leche, empotrado en el corazón, del único hijo varón de los Romanov, Sergey me llevó a la Iglesia del piso de arriba, donde los los íconos de plata y oro labrados, de vírgenes y santos, casi secuestran mis ojos para siempre. Y después de bajar los 23 escalones que descendieron Nicolás II, mujer e hijos  hacia el lugar donde los mataron (one, two, three… contaba Sergey a medida que avanzaba), vino la sesión de fotos – descubrí que a varios les gusta fotografiarme – y la visita al predio donde se aloja la cabeza de la Iglesia Ortodoxa de Moscú cuando va de visita. Sergey parecía en la Gloria, extendiendo brazos y admirando conmigo los frescos de las paredes y los techos. Y si, parecíamos estar en el cielo porque cada rincón celeste está pintado con la historia de Dios en la tierra, y es una obra de arte.

En el área de este sitio de la muerte de los Romanov, hay también una capillita de madera, en honor a la Gran Princesa Yelisabeta Fyodorovna, monja pía y tía del zar Nicolás II. Después de la muerte de sus parientes, ella no corrió mejor suerte; los bolcheviques la arrojaron a un pozo, y como seguía rezando por ellos y no se moría, la envenenaron con gas y la enterraron.

Después de la masacre, los cuerpos de los Romanov fueron transportados cuarenta kilómetros, donde los bolcheviques ocuparon dos días desmembrándolos y quemándolos para eliminar las pruebas. Meses más tarde, el Ejército Blanco encontró las manchas de sangre en la pared del sitio donde dispararon a toda la familia; y en el lugar donde los habían quemado, algunos huesos, el perro de Anastasia muerto de hambre en un pozo donde lo habían arrojado, y algunas joyas. Pero no fue hasta 1991 cuando encontraron los restos de la familia. Aunque aparentemente un detective lo había hecho unos 20 años atrás pero había callado por miedo. Puso los restos del Zar en una caja de madera y enterró todo.

Ekaterinburg aloja una historia trágica, pero también es una ciudad para enamorarse. Será por su río, y sus caminos floreados y verdes para bordearlo en una linda mañana de sol; o sus parques para tirarse de picnic, los chicos teniendo sus clases de arte, sentados en veredas y plazas, las flores de colores por todas partes, las iglesias y capillitas. Ekaterinburg es una ciudad moderna pero tranquila a la vez. Con avenidas, peatonales y grandes negocios, pero también su toque soviético y sus boulevards bien verdes. Tiene monoblokcs también, pero escondidos entre árboles y plazas, entre viejos jugando al ajedrez en la calle y chiquitos corriendo palomas.

Más sobre la historia sobre la muerte de los Romanov, aquí.

Más fotos, aquí.

DATOS ÚTILES

–          Dónde dormir: yo me alojé en casa de familia, por medio de Couchsurfing. Recomendable, vivís la experiencia rusa no tanto como turista. En mi caso, era un departamento en un clásico monoblock soviético. Nos intercambiamos buena información con los dueños de casa, y me fui con un acervo de música rusa en mi hard disk. Genial.

–          Dónde comer: imperdible es probar los pirogi, un clásico de los platos rusos y riquísimo. En la calle Gorikogo hay un restaurant (Stolle) que es muy lindo y aunque parece fancy, es barato.

–          Tren a Moscú: R 1732,9, platskart, entre 28 y 30 horas.

–          Cómo moverse en la ciudad: trolebús o bus, entre R 12 y 14 el pasaje.

2 Responses to Ekaterinburg, tragedia y amor

  1. Luisida dice:

    marinitaaaa como te extrano!!! que grossso que pisaste europa!! donde se inclina tu corazon ehhh??!! me decis cuando te volves porfas!

  2. Gaby M dice:

    Apasionante….me atrapas con cada historia…
    Besos enorrrrrrrrrrrme!!!!

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