Siesta en el campo

19 julio 2010

Una visita a Praga no estaría completa sin un día de camping en una chiquita ciudad del norte de República Checa. Como Novy Jicin, por ejemplo, con su casco histórico, su castillo y sus miles de flores en verano.

Sólo el camino en bus hacia cualquiera de estas ciudades es un viaje en sí, en el sentido más completo de la palabra. Desde la ventana, campos dorados y verdes, lagos con veleros, casas rurales y cerros.

Uno o dos días fuera de la capital checa y despedís al país con el mismo placer con que te levantás de una siesta. Uno o dos días de caminar calles dormidas, de matar el calor de la media tarde en la osuridad de un pub de provincia. Novy Jicin en concreto es un lugar ideal para recorrer en bicicleta, tirarse a leer en el pasto y oler a flores en cada rincón, en cada esquina.

En 1915 era ciudad de desfiles militares en la plaza principal, cuando venía de visita un conde o emperador. Era también cuna de una creciente industria sombrerera, que llegó a vender sombreros a Arabia Saudita entre otros países. Y en 1915 Novy Jicin era también casa donde vivía un alemán, que quizás aburrido de los sueños de siesta, se fue a traducir barcos y océanos como políglota. Llegó un día a Brasil y nunca más volvió al mar. Cruzó a Argentina, escribió a su familia para que le enviaran una esposa. Se casó. Tuvo hijos. Y mientras cultivaba sueños en su huerto -a orillas del río Luján en el delta porteño -, Novy Jicin se transformaba en un enclave alemán, en las tierras checas de post guerra mundial, la primera.

Años más tarde, Hitler mandaría tropas para proteger a los alemanes de la zona de los sudetes: el norte de Moravia, Novy Jicin. Y a partir de ahí, por supuesto, conquistar todo el territorio y Praga. Y después de imperios, castillos y condes, guerras mundiales e invasiones, sombreros y desfiles, Novy Jicin sigue durmiendo su siesta.

Cae el sol en los campos de trigo, y mientras camino entre las coloridas casitas rurales de la ciudad, pienso en ese alemán de cuerpo menudo. El mismo que se fue a traducir barcos y océanos como políglota, el que llegó un día a Brasil para no volver nunca más al mar, y que fue el padre de mi abuelo en Argentina. Es una tarde de verano, y con su violín en mano, toca su última melodía en Novy Jicin.